viernes, 22 de octubre de 2010

UNA DE CAL Y NI SE SABE CUANTAS DE ARENA


Sin motivo aparente. A lo mejor porque no tenía ganas de cocinar y me he despachado un escueto sándwich de queso gallego (eso sí) y más castigo frente al ordenador.

Y pasa lo que pasa. Te pones a leer y luego a escribir y resulta que todo son disgustos porque quieres que te hagan un poco de caso y te lo hace el Banco de Bilbao (sucursal número 1) y un cliente pesado y otro que no se explica mi silencio.

Pues eso, que mi silencio, como mi sándwich, son míos y mira que me gusta escribir.

La de cal, bastante viva, no la cuento. Y las de arena espero que se queden quietecitas por lo menos hasta el lunes. Sic.

jueves, 14 de octubre de 2010

REMEMBER WHEN. I.


Ahora mismito está oliendo a lejía a través de mi balcón. Y no se oye ni una mosca. Alguien debe de estar lavando sus interiores (o a lo mejor sus exteriores) en silencio absoluto. Es lo que tienen las noches de los jueves en tiempos de incertidumbre: huele a lavado y ni los quinquis se atreven a protestar.

Creo que estaría mejor en Salamanca, en ese hotel tan divertido detrás del mercado, o a lo mejor en Compostela, dándoles de comer a los palomos en la Alameda (lo cual no es sino una forma de hablar) o en Mérida, tal vez, tomando los vinos con mis parientes aunque no sé bien dónde porque hace dos décadas que no voy. Aquí no hay quién viva. Un vecino, seguramente víctima de Ikea, parece que está montando un armario zapatero pero en sordina. Un breve golpecito cada tres minutos y nada más. El cascar de un huevo contra la escudilla (mi otra vecina, víctima de sí misma y votante de Esquerra Republicana de Catalunya). El batir de ese huevo y otra vez el silencio y posiblemente la sinrazón.

Acabo de leer que a Art Lisboa acuden solamente 42 galerías y eso debería (de) considerarse un desastre. Aunque a lo mejor no. Más o menos buenas galerías pero ¡sólo! cuarenta y dos. Carla Bruni va a grabar un tema de David Bowie, están sonando las diez en mi campana mayor, la de la Catedral cercana (íntima, excesiva) y seguramente las otras vecinas silenciosas, las del convento de las carmelitas, estarán elaborando, en silencio sepulcral, una vigilia a Santa Teresa. Que ya no sé si eso se estila. El señor obispo, tan amable y también vecino, seguramente estará viendo la película de George Clooney, que hace un rato que ha empezado, y el otoño no nos va ofreciendo más que unos cuantos níscalos y esa dejadez previa al Adviento.

Recuerda cuando nada sonaba a nada. Pero ¡era divertido!

miércoles, 6 de octubre de 2010

SIGO REVOLVIENDO


Y no sólo en el pasado, querido Aparis, sino también en la “letra” del pasado ya que el espíritu solamente puedo adivinarlo.

Revuelvo en las guaridas de Diógenes, en las mías (tengo dos, de momento) y en las ajenas. En los mercadillos de los viernes y de los domingos, en las ferias, en las cavernas de los libreros de viejo, en sus páginas web un poco confusas, en las casas de subastas e iba a poner “incluso en las de lenocinio” pero sí, ahí también hay textos hermosos y cuadros agazapados y promesas, sobre todo, aunque no siempre de amor.

En una de mis incursiones matutinas, las mejores, me topé y compré no hace mucho y por dos hermosos euros un libro que parecía escolar pero que resultó ser mucho más que eso. Se trata de un texto titulado escuetamente La literatura española, que firmó un tal Nicolás González Ruiz y que fechó, como colofón, “en Madrid, dando las cuatro de la mañana del día 9 de noviembre de 1942”. Buena fecha.

El texto, que he ido devorando hasta ahora mismo, no tiene desperdicio. Está bien escrito, desde el lado derecho de la orilla, claro (desde el lado ultraderecho, como es debido) y cumple con muchos de los requisitos francamente falangistas y no tan tímidamente anticatólicos de esa fecha, con cuidado pero no tanto. No sé si el profesor Mainer lo cita en alguno de sus libros pero si no, debería. Aunque he escrito “falangistas” para resumir, digamos que vagamente imperiales y, desde luego, demasiado “literaturizado” para estudiantes. En fin, que no sé a quién iba dirigido aunque sospecho que al propio autor, a él mismo.

Despacha a la generación del 98 con una gracia que para sí quisieran alguno de los hispanistas que luego nos han explicado lo que pasó. Gracia enrevesada pero con momentos muy felices, como cuando resume que España es un “país católico y triste, donde la gente se lava poco y come mal” en el que los “noventayochos” no quieren medrar.

Hay más, y en ocasiones tremendo. Pero ni una letra sobre don Vicente Aleixandre, al que ignora tras confesar, ¡madre de Dios!, que no le gusta Jorge Guillén, “tout simplement”, y que el arte en los años treinta estaba ensimismado. Pues mira por donde ahí dio en el clavo don Nicolás. En los 20’s, los 30’s y hasta justito antes de la invasión de Polonia el arte estaba “construido” (decimos nosotros) para sí mismo. Y por eso ahí sigue.

En fin, que seguiría escribiendo hasta mañana, mi muy querido Aparis, revolviendo en lo revolvible y en lo por revolver. Ahora voy a buscar una ilustración, posiblemente de don Vicente, y a mandarles a Ustedes, presuntos lectores, esta nota. Se va haciendo tarde y hay que dar de cenar al deseo porque la realidad ya está suficientemente alimentada. Y no sé si demasiado bien.

lunes, 4 de octubre de 2010

ESE AGOBIO


María Zambrano escribió ya hace años, y en una hermosa frase, que “ese agobio que se suele llamar vida” no le permitía extenderse en un texto que le habían pedido.

La cita es bella como ella sola y el texto requerido era para un homenaje a Luís Cernuda, aún vivo, que le hicieron en el número de otoño de 1962 en La caña gris y en el que participaron desde don Vicente Aleixandre hasta Jaime Gil de Biedma, ambos, y sobre todo esos dos, con un talante más que espléndido, de enormes escritores, de esa especie casi extinguida de amantes de la lengua. Y no sólo eso.

Y me ha dado por contarlo aquí porque para eso este sitio es mío (y de todos Ustedes, claro está) y porque mi agobio, aunque tan poco tenga que ver con la literatura, es, también, vital. Alguna escaramuza habrá que hacer para esquivarlo.