miércoles, 6 de octubre de 2010

SIGO REVOLVIENDO


Y no sólo en el pasado, querido Aparis, sino también en la “letra” del pasado ya que el espíritu solamente puedo adivinarlo.

Revuelvo en las guaridas de Diógenes, en las mías (tengo dos, de momento) y en las ajenas. En los mercadillos de los viernes y de los domingos, en las ferias, en las cavernas de los libreros de viejo, en sus páginas web un poco confusas, en las casas de subastas e iba a poner “incluso en las de lenocinio” pero sí, ahí también hay textos hermosos y cuadros agazapados y promesas, sobre todo, aunque no siempre de amor.

En una de mis incursiones matutinas, las mejores, me topé y compré no hace mucho y por dos hermosos euros un libro que parecía escolar pero que resultó ser mucho más que eso. Se trata de un texto titulado escuetamente La literatura española, que firmó un tal Nicolás González Ruiz y que fechó, como colofón, “en Madrid, dando las cuatro de la mañana del día 9 de noviembre de 1942”. Buena fecha.

El texto, que he ido devorando hasta ahora mismo, no tiene desperdicio. Está bien escrito, desde el lado derecho de la orilla, claro (desde el lado ultraderecho, como es debido) y cumple con muchos de los requisitos francamente falangistas y no tan tímidamente anticatólicos de esa fecha, con cuidado pero no tanto. No sé si el profesor Mainer lo cita en alguno de sus libros pero si no, debería. Aunque he escrito “falangistas” para resumir, digamos que vagamente imperiales y, desde luego, demasiado “literaturizado” para estudiantes. En fin, que no sé a quién iba dirigido aunque sospecho que al propio autor, a él mismo.

Despacha a la generación del 98 con una gracia que para sí quisieran alguno de los hispanistas que luego nos han explicado lo que pasó. Gracia enrevesada pero con momentos muy felices, como cuando resume que España es un “país católico y triste, donde la gente se lava poco y come mal” en el que los “noventayochos” no quieren medrar.

Hay más, y en ocasiones tremendo. Pero ni una letra sobre don Vicente Aleixandre, al que ignora tras confesar, ¡madre de Dios!, que no le gusta Jorge Guillén, “tout simplement”, y que el arte en los años treinta estaba ensimismado. Pues mira por donde ahí dio en el clavo don Nicolás. En los 20’s, los 30’s y hasta justito antes de la invasión de Polonia el arte estaba “construido” (decimos nosotros) para sí mismo. Y por eso ahí sigue.

En fin, que seguiría escribiendo hasta mañana, mi muy querido Aparis, revolviendo en lo revolvible y en lo por revolver. Ahora voy a buscar una ilustración, posiblemente de don Vicente, y a mandarles a Ustedes, presuntos lectores, esta nota. Se va haciendo tarde y hay que dar de cenar al deseo porque la realidad ya está suficientemente alimentada. Y no sé si demasiado bien.

4 comentarios:

aparis dijo...

Veo que eres un revolvedor profesional (chiste tonto porque estoy pensando en tus amigos de Liverpool), y además que lo lees todo como (con) deformación profesional (¿también los prospectos de las medicinas?). Yo no estoy tan enfermo como tu.

Hablando de lenguaje, a veces me pregunto si todo se puede escribir o las palabras limitan los sentimientos. Evidentemente que tienes criterio sobre esto o conoces cual era en la posguerra.

También guardo cosas, entre ellas las imágenes que aparecen en tu blog y ya voy conociendo parte de tus almacenes y guaridas.

manuel allue dijo...

Revolver! Gracias, Aparis, por leer, por escribir y por guardar, costumbres todas ellas insanas y más bien sospechosas. Letraheridos como somos (tú también), si estuviéramos en una celda del Císter leeríamos el Kempis, si en una de Can Brians, los grafitis de las paredes o "La isla del tesoro" y si fuera de castigo, ¡qué se yo!, "El divino impaciente" o el Diario íntimo de César González Ruano.

Con celdas o no, seguiríamos leyendo.

aparis dijo...

Tu más, pero si, la lectura es hipnótica.
Últimamente lo que me ocurre es que me sobran o me cansan los adjetivos, o en según que textos los encuentro farragosos o incorrectos. Ya se me pasará.

manuel allue dijo...

Antes creía que adjetivar en demasía era un recurso para torpes. Ahora estoy convencido.