Outrement llamado hachis parmentier, lo que según se mire tiene bastante gracia, se compone de lo que todo el mundo sabe: su poquita de mantequilla, su leche tibia y sus patatas cocidas, puntita de sal, un si es no es de pimienta negra y a revolver.
Acabo de enviar un nuevo texto a mi medio público preferido (tanto, o casi, como éste) en el que, claro está, hablo de ARCO porque el número sale en febrero y estará en la feria. Y no estoy ni contento ni acomodado. Todavía hace un frío que pela, me ponen nervioso las noticias contradictorias sobre la feria, mis amigos no dicen ni mu, al menos en público, y aquí parece que el que disimula es el que gana.
Pues no. Todo esto me da vergüenza porque durante unos años también fui coprotagonista de esa feria, porque la sentí mía como una mala cosa (no como una cosa mala) y porque me ayudó a creer en el oficio, el oficio de galerista, como algo serio, que lo es pero que había (entonces, hace casi treinta años) que creérselo. Que había que construir. Y se hizo, y bastante bien, pero ahora vuelven a sonar tambores de guerra y todo esto me enferma. Porque no se trata de una gran guerra sino de guerrillas como apañadas, un poco de sable de tramoya y tirachinas, nada de misiles. Vuelve aquella escena de Moros y Cristianos de Berlanga en la que los vendedores de turrón apuran su stand, a martillazos, porque vienen las Infantas a inaugurar la feria. ¡Que vienen las Infantas!.
Yo he vivido eso, claro, los martillazos de última hora, un tàpies enorme de una galería suiza salvado in extremis de que lo atravesara un transpalet en el pasillo, la desesperación ante las aduanas, las cafeterías que sólo despachaban calamares y chorizos a la sidra, la compra-venta de metros de espacio (expositivo) horas antes de la inauguración, y también las cenas alcohólicas en el Palace y los desayunos en el Reina Sofía, que no estaban ni bien ni mal.
Berlanga ha retratado a su pueblo, que es el mío, como nadie. Pero eso no quita que me de vergüenza. Y no precisamente vergüenza torera. Este puré de patatas insípido en que se ha convertido la feria me gusta cada vez menos. Pero vamos a seguir, con la vergüenza puesta, cocinando siquiera con un poquito más de pimienta y, además de la mantequilla, un chorrito de aceite de oliva. Por no ciscarme en los muertos de unos cuantos y de unas cuantas.
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