jueves, 30 de septiembre de 2010

AFICIONADOS A MIRAR AL PASADO (CON TORTÍCOLIS)

De tanto revolver nos vamos a quedar tontos. Un poco más.

Hace días que ando a la greña, más o menos como siempre, con los cientos de libros y catálogos que se me acumulan en casa y en el almacén, que parece que crezcan por sí solos, que lo hacen, que se reproducen, que inundan pasillos, presuntos vestidores, dormitorios (dos), ofis, bonita palabra, sofás (yacen como nadie), aparadores y trinchantes. Y en esas lides voy y me encuentro con varias rarezas que, según se mire, no son tales.

La primera es el catálogo de la exposición Nova Escultura Catalana que montó la Caixa de Barcelona en 1985 y que ese año anduvo itinerando por toda Cataluña. En ella, y la recuerdo muy bien, había obra de Ernest Altés, Tom Carr, Salvador Juanpere, Rufino Mesa, Enric Pladevall, Jaume Plensa, Riera i Aragó y hasta otros doce escultores. En esos años, y todavía no me explico por qué, los escultores, por lo menos los catalanes, estaban empeñados en las formas zoomórficas, pseudoarquitectónicas, vegetales y aproximadamente maquinistas y luego pasó lo que pasó. Había homenajes más o menos solapados a Joan Miró y ahora sí que me doy cuenta de que el Miró escultor le daba y le dio cien vueltas al Picasso escultor, por ejemplo, y que, además, fue mejor alfarero que el malagueño-provenzal. Por eso, al cabo de los años, puedo entender lo que hacía Riera i Aragó, que entonces me gustaba bastante, Plensa (que ahora me gusta mucho menos) y Tom Carr, que es una pena que se haya olvidado de la escultura. Lo que no puedo entender son los despropósitos de Santi Moix, también por ejemplo, que ahora está enseñando en Carles Taché una obra completamente infumable, si es que esos artefactos de barro negro de Verdú se pueden fumar, que lo dudo.

En mi cocina también tengo algún libro. Catálogos de exposiciones, ninguno. Sobre los armarios encima del horno se yerguen dos botijos de Verdú, espléndidos, y otro de Llamas de Mouro, una alfarería asturiana a la que fuimos guiados por el libro (y los consejos) de María Antonia Pelauzy, la entonces esposa de Guinovart. María Antonia tenía una tienda estupenda en la calle Montcada, cerca del museo Picasso, y allí acudíamos arrobados a ver exposiciones y a comprar botijos y cántaros de Moveros y unas alfombras granadinas de esparto que eran imposibles de barrer pero bellísimas. E íbamos de excursión donde nos mandara y nos enseñó, también, que Palazuelo era un enorme escultor y que, al final, Llamas de Mouro y la galería Maeght eran dos templos a los que acudir sin protocolo pero con una cierta devoción.

Me sigue costando abrir la puerta de la galería de Carles Taché. Pero insisto. Y una vez dentro voy y me quedo desolado. ¿Será, ¡Virgen de Covadonga!, que me devora la artrosis? ¿O que tengo la vista cansada de tanto mirar hacia todos lados?.

3 comentarios:

aparis dijo...

Será que has rebuscado en tu síndrome de Diógenes y que has vuelto al pasado. Que te perece que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y que Carles Taché guarda tanta mierda que no hay quien pueda con su puerta.

Podrías tirar algunas cosas.

Si lo haces avisa.

manuel allue dijo...

Voy tirando, Aparis, aunque me cuesta. Pero también me gusta el tiempo presente, y el porvenir, y veo hermosas exposiciones y creo en quien hay que creer, aunque sea laicamente. Fíjate que hasta me gustan algunos totems (y algunos tabús): ¿se dice "tabús"?.

Txaber Allué Martí dijo...

Ahora hay cosas como esta http://alt1040.com/2010/10/inmensa-escultura-por-robots :)