domingo, 7 de febrero de 2010

PUERTAS (TAN A MENUDO ENTREABIERTAS)


Las puertas de El Prado de Cristina Iglesias tienen, evidentemente, nombre y apellido. Y hasta pedigrí. Las del Reina Sofía tienen obstáculos (y nombre y apellido y pedigrí) y una especie de pátina, sobre todo en la plaza de Santa Isabel, de calamares fritos, una pátina amarillenta tirando a ocre. Las puertas de ARCO quizás tengan nombre (A, B, C, no lo recuerdo) pero no tienen ni apellido, ni entidad ni sentido común. Las puertas del Averno, pues ya ven Ustedes, es mejor evitarlas, coger el caminito de la izquierda y tirar directamente hacia el fondo, disimulando.

Hace un rato la espléndida revista on-line salonKritik nos ha vuelto a regalar un artículo de Fernando Castro Flórez, dentro de la sección “domingo festín caníbal”, que no tiene desperdicio ni piedad ni falta que le hace. He aprendido que es mejor evitar según qué puertas con impiedad y a lo mejor con gallardía, uso al cual me iré acostumbrando. Digo yo.

El artículo, Canibalismo museal en El Prado, hay que leerlo y hay que compartirlo. Por eso me he puesto a contarlo, porque también me espeluzna Barceló y la Operación Ogro montada a su alrededor, con tracas finales cada seis meses, también me da miedo el señor Zugaza (que “llegó (a El Prado) imberbe pero perfectamente engominado”), me asusta la desmesura porque sí, esa megalomanía egiptológica que hace que los museos se parezcan cada vez más al Templo de Debod o a Port Aventura, con lo a gusto que se está en la Fundación March o en el Museo Picasso, a pesar de la moqueta en el uno y de las vigilantas-mala leche en el otro.

Lo peor es que no se trata de errores sino de convicciones. Demasiado caras y feas a morir.

N.: La ilustración corresponde a una fotografía de Juan Yanes, que tiene un estupendo photoblog, El oscuro borde de la luz, y que, desde él, nos da permiso para reproducirla.

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