Un mes es demasiado, después de la lata que dimos en febrero, para permanecer callados. Silentes, más bien, algo cansados pero alertas. Siempre alertas.
Ahora, esta noche, parece sobre todo que andemos esperando la primavera, que nos hayamos olvidado del espléndido sol madrileño de febrero, de ese sábado tan luminoso en el que aterrizamos en la estación Lago y luego nos perdimos pero vimos a lo largo y a lo ancho los restos de esplendor y la derrota de la feria de Madrid. De los antiguos espacios de la Casa de Campo que conservan un aire limpio y fresco, pero herrumbroso, de un pasado no tan lejano. La herrumbre es buena cosa para el arte, el antiguo, el moderno y el contemporáneo. Y las mañanas con sol, y la nieve en Guadarrama y las cervezas en la calle de las Huertas.
En fin, que ha pasado más de un mes y esperamos dos cosas, sobre todo: los cambios en el CGAC gallego, que confiamos en que los haya, y un libro de Henry de Monfreid, Los secretos del Mar Rojo, con ilustraciones de Luís Claramunt, que le hemos pedido a la editorial Basarai y que mañana vamos a ir a buscar a Correos. Y dos propósitos: el primero empezar a ahorrar, ferozmente, para comprarnos algo, por poco que sea, de Luís Claramunt (Juana de Aizpuru seguramente sabrá entender nuestro espíritu y, a lo mejor, nuestra letra). Y lo digo muy en serio.
Lo segundo es echarle un rezo al Apóstol Santiago, al que le solíamos tener bastante devoción, para que Dios, la Conselleria de Cultura y alguno de aquellos habitantes de cerca del Pico Sacro que nos arrullaron bastantes noches con sus idas y venidas, le den al CGAC lo que por fin se merece. Cordura y buen sentido, que no es mucho pedir.
N.: La fotografía recoge parte de mi bagaje habitual y, en este caso, del madrileño de la mañana de la Casa de Campo, de la herrumbre y de un cierto desconsuelo. Un libro de Foujita que había comprado el día antes en La Central del Reina Sofía, la moleskine, cerrada, el pilot de tinta líquida, el blíster de Almax, masticable, el paquete de Camel, el reloj (Camel, también), las gafas, la cartera y parte de la mochila imitación Calvin Klein que en ese momento me parece que no guardaba nada. La foto, como otras que seguramente seguiré utilizando, con su permiso, es de Ethel Martí, fotógrafa fervorosa y espléndida compañera de viaje.
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