Que no sé por qué me han venido a la memoria (es bonito eso de que las cosas “te vengan” a la memoria, aunque me parece que es una traducción del catalán. No sé). Pero son recuerdos, que no es de lo que únicamente vivo, como dice un conocido enemigo (¡enemigo él!), sino que me ayuda a afrontar el presente. Que no es poco.
Son recuerdos de desolación, de neones, de pocos neones, de noche cerrada, de frío como el de hoy pero sobre todo de vacío. El uno es el de una noche de sábado a la salida de Art Cologne (por la puerta equivocada) para ir a parar a una desolación con dos neones, diez camiones vacíos y ningún taxi. Hubo uno, claro está, que nos llevó a cenar pero eso fue después de la desolación.
El otro no lo voy a contar del todo pero es saliendo de uno de los ARCOs de los ochenta hacia la estación de metro de Lago, tremenda y no subway, caminando entre ramas y hojas secas, a lo mejor por un terraplén, porque ahí sí que no había taxis. Ni uno.
Mala noche ésta para recordar todo eso. Esa oscuridad, esa desolación, ese desasosiego. Aunque no tiene nada que ver con mi estado de ánimo: una clienta me acaba de regalar ¡nueve días más! para acabar un trabajo. ¡Premio!.
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