Ando releyendo, aunque siempre ando así, el Un senyor de Barcelona de Josep Pla, libro que dedicó al señor Rafael Puget, que escribió en su memoria y en primera persona, como si Pla fuera don Rafael, que publicó primero en castellano, en 1944, y después en catalán en 1955, que es la edición que manejamos. Lo cierto es que se debe a las múltiples charlas con el señor Puget, un señor de la Barcelona de final del ochocientos pero digamos que uno de los mejores exponentes del Novecentismo, el Noucentisme que malamente se puede traducir porque se desarrolló (se formó, tomó forma) en unas cuantas calles de la Barcelona antigua, en unas pocas del Ensanche, en el barrio de Gràcia y quizás en Montmartre (pero en catalán).
Pla escribe, como tenía costumbre, una especie de miscelánea sin llegar a novelar ni a la época ni al personaje, porque no era su manera de hacer o quizás porque no hacía falta. Y es un libro divertido, muy divertido, cuajado de anécdotas fraguadas en las redacciones de los periódicos (La Publicidad, La Veu), en el Círculo del Liceo, en la mítica Maison Dorée, en las tertulias del Ateneo de la calle Canuda e incluso en las trastiendas de los sastres o de los libreros.
Pla le dedica varias páginas a Ramón Casas y algunas menos a Rusiñol. En una revista de arte con la que colaboramos habitualmente, Art Notes, publiqué hace unos días un artículo que visto ahora me parece algo complicado, que se titulaba Muerte en la Fenice y que trataba, en un totum algo revolutum de más, sobre la novela de Donna Leon, de la que se ve que no me puedo despegar, de algunas coincidencias con el Tintín de Hergé y, al final, que de eso iba el artículo, de una defensa de la pintura pintada, de los cuadros, vamos. Como siempre. En el fondo y además como el causante de mi digamos reflexión, aparecía un cuadro que Rusiñol pintó en 1904, creo recordar, que es una vista de una calle de Monstmartre, pequeño, renegrío, con un raro cielo amarillo y que tienen los monjes de Montserrat en su Museo, un poco escondido y me parece que no muy bien iluminado. El cuadro es precioso, es una estrella, y son esas cosas que sueles desear de vez en cuando y que nunca vas a poseer, como la cordura o el colesterol bajo. Peor. Con un deseo algo insano.
El Rusiñol de París me gusta, me gusta mucho. Y después me deja de gustar, me puede parecer hasta pompier, sin que lo sea en absoluto, incluso, ¡válgame el Cielo!, una ilustración para la tapa de una caja de bombones. Y Pla me da la solución. E incluso la razón. Casas y Rusiñol (y Regoyos y Utrillo) vivían en un París cambio-de-siglo húmedo e incluso oscuro, ignorando, luego se ha sabido, a los impresionistas: ¡no los conocían!. Rusiñol y Zuloaga hicieron un viaje a Italia y es Pla el que dice (traducimos) “que tanto daño les hizo en el sentido de que les invitó a la dispersión, a la facilidad y a la comodidad mucho más que a la exigencia”. “Volvieron”, acaba, “más napolitanos que florentinos y con una tendencia al “cromo” irresistible”. El entrecomillado es de Pla y la frase no puede ser más rotunda. Los alcaldes segovianos de Zuloaga y los aranjueces del catalán le dan la razón.
La vida, incluso la de los pintores, se ve que da vueltas de más.
8 comentarios:
Es la vida, es el tiempo, es la entropía, lo cierto es que vivimos encerrados en el tiempo que nos ha tocado vivir y dentro del orden exacto de nuestra existencia, compartiendo este tiempo con quien nos ha tocado y esto hace que tengamos unas u otras influencias (qué te voy a decir yo de filosofía barata), pero muchas veces he pensado : Qué Velazquez me gusta más, si el joven o el maduro. Los artistas son esponjas del arte (dicen que un pintor mueve los ojos sobre un cuadra ajeno, de manera diferente a uno que no lo es), por tanto es lógico que los “noucentistes” vieran que había “otra manera” de llegar al mismo resultado que eran más rentable, más rápida, pero también es lógico que su adaptación fuera compleja.
También a veces pienso que los pintores de principio del siglo XX, habían sufrido en la academia una exigencia muy importante de dibujo, influida por la pintura “pompier” y que la reproducción mecánica o fotográfica de la realidad, produjo un vuelco y una desazón en los pintores del que no se readaptaron fácilmente.
De todas maneras es muy buena tu reflexión y perdona el rollo que parezco un cura.
Pues me parece estupendo todo lo que dices sobre la academia y sobre los inicios de la fotografía. Fíjate que Casas, el mejor de todos de los que estamos hablando, tomaba apuntes "fotográficos" con una rapidez y una aparente facilidad que ahora sería impensable. Ahora me doy cuenta: ¡competía con la cámara!. No era eso, claro está, pero esos apuntes tan precisos y tan ágiles me siguen emocionando.
Menos entendida y nada filósofa, las facilidades más que mecánicas mágicas que permite un blog me impelen (impulsan o me da la gana) deciros a aparis y al autor del blog algo que me pasa por la cabeza tras leeros: siempre somos contemporáneos de nosotros mismos, y podemos aspirar a agradecer a tantos que nos precedieron o con los que convivimos tantas horas buenas proporcionadas. Casas me ha dado más placer que la mayoría de mis amigos, y Mozart o Hergé, o Velázquez o Monteverid y por encima de todos Rossini (todo Rossini, en especial su música religiosa: tengo una foto suya, vejete y simpático, en mi despacho; y otra de PTB: ça suffit). Hemos de aceptarnos con todo lo que hemos aprehendido para poder desaprehenderlo, con valentía, sin vergüenza y con honor. Aceptar que cambiamos porque vivimos, y algo enorme y bello a los veinte, a los cincuenta es nada. Por eso podemos reeler más que leer, revisitar más que visitar. Ya no hay mundos ignotos, queridos míos y bien lo sabeís. Más rollera que aparis, parezco una monja progre; gracias por los buenos ratos que proporcionaís. A pesar que mi aspiración es reconvertirme en una mujer frívola no lo consigo: en parte por culpa de algunos de mis contemporáneos.
Muy bien, Nené, muy bueno lo que nos dices. De todas formas fíjate si seré imbécil (lo soy) que a veces me siento culpable al volver a escuchar el Stabat Mater de Rossini, por ejemplo, o la Pequeña Misa Solemne, que creo recordar que te gusta, o de volver a leer, yo que sé, a Virginia Woolf o a Valle Inclán porque a lo mejor me estoy perdiendo algo que desconozco: ¡mil cosas!.
Pero se ve que no tendo remedio y aquí sigo, iuxta Crucem, lacrimosa (o a lo mejor no tanto).
Las entradas son muy curiosas : Yo me acuso de cura; Nené de monja i Manuel se siente “culpable” (está escrito), de reescuchar una determinada música, en los dos casos religiosa (Stabat Mater i una misa). Voy corriendo a apostatar y a comprarme música de Rossini, que yo creía que solo hacía canelones y dejaré de escuchar por unos días a Britten (he quedado moderno, ¿no?, quería decir a los Sex Pistols y a todos estos peludos que todavía escucho).
No debe estar bien que en un “Blog” de arte se piropee a los participantes y no lo voy a hacer, me voy a felicitar a mi mismo por haberos reencontrado. Guapos los dos. Qué jodidos que sois.
Me lo has puesto a huevo: lo mejor de Rossini son los canelones (y también los tournedós).
Pero lo mejor de todo es poder seguir hablando así.
Lamento escribir pasado San Fermin de los Navarros, sobretodo lo lamento porque quizá ya no leereís, manuel allue y aparis lo siguiente: cuando me jubile iré a apostatar, apra distraerme, entra en el temario de la frivolidad buscada. Pero mientras pueda gozar pensaré que la Petit Messe Solenelle es la "musique sacré", y también la "sacré musique" En cuanto al gran Stabat Mater, la mejor opera de Rossini. Y todo compatible con turnedós, Britten y Sex Pistols.
Por supuesto que lo voy a leer, lo he leído ya y comparto tus gustos. Sagradas hay bastantes cosas aunque casi nunca bien puestas, bien leídas o bien escuchadas. Hace unos días, y a propósito de la exposición de Duchamp, Man Ray y Pucabia en el MNAC (de la que seguramente hablaremos), leí que cuando estuvo en la Tate hace unos meses se repartieron unas octavillas que rezaban: "El gusto cansa, como la buena compañía". Como broma no está mal, pero lo peor es que el mensaje iba "contra" la exposición, o eso hemos creído entender. No sé si el de las octavillas se refería al buen o al mal gusto (o a ambos) pero está claro que las compañías que le cansan son las buenas. En fin, que el gusto es lo único que me queda por "gustar" (¡seré retrógrado!) y las buenas compañías, escasas y siempre fuera del lecho, me gustan más que los caramelos de la viuda de Solano. Ya ves.
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