miércoles, 6 de junio de 2007

STRAWBERRY FIELDS FOREVER



La semana pasada estuvimos mareando de lo lindo a nuestros escasos lectores, en nuestro escondrijo culinario, con el aniversario de Sargent Pepper’s, víctimas, como solemos ser, de esos arrebatos de nostalgia que nos proporciona el atardecer (y más o menos dulcemente) y esclavos de una memoria que para qué vamos a renunciar a ella si es nuestra y además podemos compartirla.

John Lennon, Paul McCartney y Brian Epstein fueron fabricando durante todos los años 60 del pasado siglo un fragmento e incluso una tendencia de ese Pop del que luego se han dicho tantas tonterías, del que se ha escrito bastante pero revuelto y del que todavía hace falta una análisis completo que englobe música, literatura, artes plásticas, artes decorativas y moda, que no se aloje en las páginas de “cultura y espectáculos”, que se enhebre con la política y el pensamiento del momento y que se considere, en fin, un corpus que ha continuado arrastrando neos, que ha creado epígonos, contrarios, sucedáneos y malabarismos varios hasta hoy.

Estamos hablando del Pop de los años sesenta, del Pop estricto, fundacional (más o menos fundacional), rompedor y hasta cataclísmico. Strawberry fields o las primeras fotos serigrafiadas de Warhol son ese Pop. Y Oldenburg y sus hamburguesas de porex (aunque no les guste a muchos) y Dosis de Borroughs (tan penosamente traducido), tanto como las portadas de Vogue o de Harper’s Bazaar o las fotos de Salut les Copains o la tienda Biba de Abingdon Road. Que despojaron, o lo intentaron, al universo negro de los rockers, los expresionistas abstractos o a la nouvelle vague de esa oscuridad, precisamente, les añadieron color de repente, y lentejuelas y sexo explícito y ese nuevo aspecto que empezó con À bout de souffle y acabó con Let it be, entre octubre de 1959 y mayo de 1970, que no se trata de dos casualidades, precisamente, sino de una película instauradora y de un disco epilogar.

No nos criamos en esos campos de fresas porque todavía éramos pequeñitos, porque en nuestro país las cosas todavía tenían colores rancios y como deslavados, porque los niños leíamos a escondidas El amante de Lady Chaterley (really!) y nuestro mito pop podían ser el espantoso Daniel Vindel, de Cesta y Puntos, o los tremendos muñecos de Herta Frankel. Porque los niños (nosotros no, lo juro) todavía hacían la comunión vestidos de guardiacivil (y ellas de Scarlett O’Hara), los papás se dejaban el bigote a lo Alberto Closas y las mamás soñaban con ser María Luisa Merlo. Por lo menos.

Nuestros campos no eran de rosas, desde luego, pero tampoco de espinos. Pero hubo mucho que desbrozar antes de que nos diéramos cuenta de que el mundo no terminaba ni en Hendaya ni en Gibraltar y de que el Pop había ocupado durante casi diez años un anaquel en nuestras pobres cabecitas. Que hay que ordenar (y me lo propongo a partir de hoy mismo) y darle el rigor que se merece. Entre Hendaya y Gibraltar.

2 comentarios:

g. dijo...

Ey !!! me gustó !!!

manuel allue dijo...

Muchas gracias, Georgina.

Saludos.