martes, 22 de mayo de 2007

EL JUEGO DE LOS CABALLOS



Fernando Savater publicó en 1984 un hermoso libro titulado así, bella y cuidadosamente editado por El Observatorio Ediciones y dentro de su colección “La buenas lecturas”, así, entre comillas. Se trataba del primer volumen de esa colección a los que siguieron una novela corta de Fernando Díaz Plaja, un texto que nunca he logrado ver del meteorólogo Manuel Toharia, Meteorología popular, y otros textos sueltos, por decir algo, de Fernando Sánchez Dragó que parece ser que es quien inspiraba, apadrinaba o mantenía, y no sé si por ese orden, la colección.

El libro es bonito, con una tipografía muy pulcra, unas ilustraciones preciosas de José Hernández y Juan Carlos Savater y algunas fotografías en blanco y negro, peores, sobre derbys y carreras y paseos de los purasangres con las riendas tomadas por sus dueños y los jockeys sonriendo.

El autor dedica el libro, amorosamente, a su hermano José Antonio, “inmejorable compañero en todos los hipódromos”, y a su hijo Amador. Relata cordiales anécdotas, aristocráticos encuentros, saludos sociales, carreras memorables y, sobre todo, transpira muy elegante y cultamente, el amor por los caballos de carreras, por su culto, por su uso y su disfrute: como “una obra de arte”, como “un poema”.

El libro me lo regalaron Juan Cruz, el pintor, y su mujer Teresa un día de San Juan de 1994, en Vinaroz, tras una feroz y espléndida corrida de toros donde Enrique Ponce puso la plaza patas arriba, salió a hombros tras el sexto toro (el quinto fue excepcional), y mientras tanto merendamos una empanada de berberechos memorable y creo recordar que otra de bonito. Y vino de la zona, áspero y calentorro pero animador.

Esta tarde (o ayer) Fernando Savater se debe de haber olvidado de los caballos, de los “hipódromos mágicos”, de las bellas ediciones y hasta de James Joyce (“a dark horse riderless, bolth like a phantom past the winningspot…”). Ha vuelto a jugar con los pobres electores, que ya bastante teníamos encima. Y, además, para darle la razón a Eduardo Zaplana. Que hace falta tenerlas mal, pero que muy mal puestas. Las banderillas, las bridas o salva sea la parte.

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