miércoles, 25 de abril de 2007

JOAN CARDELLS, VALENCIA, 1948




Hablar de una exposición después de haber leído dos críticas, o casi, pero sin haberla visto no es una práctica recomendable. Pero dudo de que la vayamos a ver, el artista nos gusta desde hace muchos años y además nos apetece, precisamente, meternos con los críticos.

En uno de nuestros anteriores post sobre la Bienal de Valencia nos encomendábamos, piadosamente, a tres artistas que todavía nos tienen robado el corazón. Les pedíamos, a Carmen Calvo, a Manolo Valdés y a Miquel Navarro que nos ahorraran sacrificios, que nos devolvieran a la realidad, que rezaran por nosotros. Pero nos habíamos olvidado de Joan Cardells y de su piezas entre frágiles y rotundas (frágiles y rotundas), leves pero clavadas al suelo, pesadas pero sin que lo parezca (y sin que haga falta que lo sean). Nos gustan los escultores que pesan, claro que sí, que parece que se atenazan al suelo y que ocupan el espacio vacío (y el ocupado) con esa rotundidad que le confieren la piedra, el hierro, el mármol, el acero cortén, el hormigón. Nos gustan, y mucho, Eduardo Chillida, Jannis Kounellis, Manolo Paz y Anish Kapoor, por ejemplo. Pero nos gustan más sus piezas de habitación, sus dibujos, sus obras sobre papel, la ingravidad (palabra que parece que no puede escribirse en castellano) de la pieza “no pesada”.

En fin, que nos gusta sobre todo que los escultores tengan algo que decir y no que cuenten o incluso que hagan chistes o juegos de palabras. La escultura es una cosa muy seria aunque no sea un cosa muy grave. Y es un arte mayor. Y al que no le guste, que le zurzan.

Zurcidas con hilo encerado están algunas de las piezas primeras de Cardells. Y dibujadas espléndidamente. Por eso nos ponen nerviosos las críticas de Óscar Alonso Molina en ABCD sobre la exposición del artista en la galería Pepe Cobo y mucho más la del señor Calvo Serraller en Babelia. De títulos muy poco afortunados, ambas. A estas alturas de la historia del arte (del quieto y del que se mueve) no se puede ir diciendo que la obra está “en permanente tránsito pero sin mutación” como para justificar el cierto aire antológico que le ha dado Pepe Cobo a la cosa o afirmar que los dibujos “se han esponjado” porque son de un formato mayor. El señor Alonso Molina (o Molina a secas, no sabemos) escribe, de todas formas, bastante bien. Pero al princeps C. Serraller le faltan cada vez más ganas, de escribir y parece que de pensar.

Pepe Cobo, que es tan listo como Fernando Vijande, ha vuelto a llevar a Madrid a Cardells. Y en un buen momento. Vijande le montó una exposición preciosa hace muchos años, como a Manolo Paz, y les dio a ambos un pasaporte que creo que no habrán olvidado muchos de los que luego se han ido creyendo que hacían algo por la escultura española aunque hayan llenado sus galerías y sus museos como cacharrerías. Cardells sigue demostrando que lo sabe hacer y que cree en lo que hace. Piezas agarradas al presente y que necesitan poca literatura.

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