miércoles, 28 de febrero de 2007

QUANDO CORPUS MORIETUR



Solemos manejar la edición que Carlos Barral hizo de Versión celeste, el excelso poemario de Juan Larrea, en 1970. Y digo “solemos” porque la tenemos cerca (a sesenta centímetros aprox. de esta pantalla) y acudimos a ella muy frecuentemente porque nos reconforta, nos sigue seduciendo y también porque, a veces, nos da la razón. Dicho sea todo esto con una cierta humildad.

Leemos, claro está, los poemas, en el francés original, y también leemos sus traducciones, las magníficas traducciones del propio Larrea, de Barral, de Gerardo Diego y de Luis Felipe Vivanco. Las traducciones de Gerardo Diego son excepcionales. Pasa por el poema casi sin rozarlo y parece, de verdad, que lo haya escrito él. Gerardo Diego era también un gran poeta. Pero hacía años que no leíamos el segundo de los prólogos, el de Vivanco, poeta que nunca nos llamó demasiado la atención, lo que son las cosas, pero que esta noche nos ha sorprendido. Ignorantes, quizás, de su obra, o malpensados o quien sabe si temerosos de leer más allá de nuestras narices. De leer algo más de lo que ya habíamos leído.

Los dos versos finales de Sin confines, el último poema de Versión celeste, dicen:

Ya no puede uno perderse lo imposible
Se torna paso a paso inevitable
.

Y Vivanco no es que apostille sino que redondea, que comenta espléndidamente: “Perderse es lo propio del poeta, y no poder perderse le confiere a la poesía su dimensión mística”. ¡Madre de Dios!: ¡la salida del laberinto!. Y lo digo en serio. Décadas enteras acobardado por el “sin luz y a oscuras viviendo”, por ese “cepo inagotable” de Larrea, por esa estrechez de miras de manual y lo tenía al alcance de la mano ¡y subrayado por mí mismo en 1970!.

Por no poder perderme, pero sobre todo por ignorar esa “dimensión mística” que ahora me parece tan útil, he cometido, durante tantos años, pecado de soberbia. Carlos Barral, si lo hubiera conocido, me habría recomendado un gin tonic. Vivanco me habría dicho que tenía que tener menos prejuicios y Gerardo Diego que tenía que leer más. Pues como si los hubiera conocido: un gin tonic, el Sans limites de Larrea y a no tener tan en cuenta el pasado (“mes pieds sont au dehors de la nuit”).

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