Hace unos días hablaba largo aunque no tendido sino más bien a trompicones (buenos y hermosos, sin embargo) con un conocido matrimonio de galeristas patrios sobre lo divino, sobre todo, pero también alrededor de lo humano, de la caridad, de la pompa, de la circunstancia y, al final, del trapicheo.
No llegamos a ninguna conclusión, ni falta que hacía, porque no se trataba de concluir sino de discurrir. Y así lo hicimos, y creo que bastante bien, transitando por este aciago mundo con dos botellas de cava y un platito de anacardos. Y eso que eran las once de la mañana.
Volvimos a hablar de ARCO. De ese ARCO que hasta necesita de una muletilla geolocalizable para llamarse ARCOMadrid, de esa feria que ha oxidado sus propuestas hasta la ridiculez. Que ha titulado en inglés hasta los lavabos, que se sigue haciendo querer y desear como si se tratara de unas oposiciones a un concurso herrumbroso, como las lanzas de Juan Benet y, de paso, las de ese señor de La Coruña.
No me gusta que sea noticia, si es que lo es, que Helga de Alvear y Pepe Cobo renuncien a sus stands y se refugien o se resuman o vete a saber, en el llamado “Solo Projects” , y que luego venga a decir la señora Fernández (doña Lourdes) que “me quedé helada cuando me enteré”. ¡Válgame Dios! ¡Cuantas bobadas! Qué ganas de perder el tiempo y de hacérnoslo perder, el tiempo y hasta las ganas de trabajar, a los demás.
Si resulta que va a tener razón uno de mis amigos. A las talibanas de don Eduardo Arroyo (él las bautizó así, gloriosamente) por lo menos se las veía venir. A la señora Fernández no hay por dónde cogerla. Y ya se sabe que pájaro en mano vale más que cien galerías (noventa extranjeras, diez españolas) volando.
N.: La ilustración corresponde al cuadro La Oración en el Huerto, de Andrea Mantenga, que está en la National Gallery.
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