Pues es que no se trata precisamente de indecisión, vamos, sino de una especie de apatía a la que no estoy acostumbrado. Quizás es que necesito unas vacaciones o que el sol ha empezado a parecerme un enemigo o que no soporto, definitivamente, el olor a fritanga que se pega a las piedras, a las piedras construidas, como si fuera una lapa malévola dispuesta a recordarnos a cada momento que somos polvo, ceniza y grasa.
Y también digamos que disfruto de este silencio un poco a medias. Porque no soy capaz de tirar adelante un librito de relatos en el que estoy metido o quizás porque me he puesto a orear, ya lo conté hace unos días, la literatura de los demás. En eso estamos y ahora me doy cuenta de que no es un buen ejercicio. Ni tan siquiera higiénico.
Veamos: a la izquierda de mi cama (mirando a la cama) hay una especie de costurero antiguo que hace las veces de mesilla de noche y que es donde reposan, en tropel, las novedades, lo que estoy leyendo o a punto de leer. Demasiadas cosas apoyadas por una especie de escabel en el que yacen libros pendientes: de lectura, de olvido o incluso de destrucción definitiva. Hasta ahí más o menos bien.
Encima del escabel se yergue una hermosa estantería modernista, pequeña y con una especie de hojas de acanto talladas en la madera, que me regaló no hace mucho mi querida amiga Maripa S. y que ha venido a ocupar, completamente, don Josep Pla. Parte de sus obras completas, tan bonitas encuadernadas en azul oscuro, cosas de bolsillo, alguna rareza y una sola delicadeza que necesita una restauración. Pero al lado, junto a lo que fue la puerta de la alcoba, me he empeñado en reunir, sobre ocho baldas de un mueble demasiado alto, al 98, el 27, los ismos y hasta los cataclismos. Ahí reside el problema, la indecisión, los ácaros e incluso los recuerdos. Los buenos y los malos (recuerdos, que no hay ácaros buenos).
¿Don Ramón María al lado de don Miguel? ¿Buñuel junto a Lorca? ¿El Manifest groc junto a los espantosos Rostros ocultos de Salvador Dalí? ¿Dónde pongo a Dámaso Alonso? ¿Qué hago con Ismael de la Serna? ¿Por qué no tiro de una vez el libro de Tarín-Iglesias sobre Unamuno o El Cid Campeador de la pobre María Teresa León?
Ante tanta indecisión he optado por olvidarme del siglo XX hasta el mes de septiembre e intentar hacer algo por el XXI. ¿Seré capaz?
N.: La ilustración corresponde a una fotografía antigua de una procesión marítimo-terrestre, probablemente de algún lugar en Galicia, en honor a la Virgen el Carmen, a la que suelo invocar por estas fechas en demanda de algo más de cordura, sobre todo terrestre (iba a escribir terrenal).
4 comentarios:
Orden contra entropía, siempre estamos con lo mismo. Pero cuando está ordenado, porqué queremos reordenar. El orden, la orden, lo quieto, lo móvil, el olor a calamar frito, el polvo, la ceniza i la grasa.
Qué verano!
Pues sí. Orden donde ya lo hay (aparentemente) pero el desorden que va y nos entra por la ventana. Y se queda.
Una que yo me se, ya lo hubiera tirado todo, cuatro viajes a la deixallería, unos cuantos gritos y otro que yo me se pasando la aspiradora,..... suerte que no tienen competencia ni jurisdicción en la Part Alta, que sinó.... te dejan en calzoncillos....
Y otra que yo me se, y que todos los aquí presentes conocemos, hubiese preservado todo el reliquiario detrás de una vitrina no?? y cero polvo.....
pero bueno, sómos lo que sómos y cada uno hace lo que le place con sus imperios, grandes o pequeños...
hold on tiet!
¡Bien por lo de los imperios!: conservarlos y quitarles el polvo sólo lo justo. A los imperiales, a los monárquicos y a los republicanos.
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