Leopoldo Novoa, ese gran pintor del que ya hemos hablado alguna vez aquí y allí, me contaba en una sobremesa gloriosa en su casa de Armenteira, hace ya muchos años, demasiados, que en una discusión sobre pintura, en París, y con un interlocutor que no voy a citar, acalorado, acabó su perorata con lo que a él, el pobre y airado contertulio, le pareció un insulto.
Leopoldo le hablaba de colores, de empastes, incluso de perspectivas. El otro, ofendido por su visión, por sus preferencias, por sus citas acabó, insultándole: ¡Abstracto!.
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