miércoles, 29 de agosto de 2007

L'ABANDON



Abandonado te tengo, Sebastián. Procuraré enmendarme.

martes, 7 de agosto de 2007

TOTUS PULCHRUS, JUAN MANUEL



Hay vicios irreprimibles que solemos convertir en costumbre más que nada para dulcificarlos, para hacerlos más llevaderos y, sobre todo, para disimular. Vicios hasta cierto punto condenables, casi siempre criticables pero con un cierto tufo a propósito de enmienda cada vez que hablamos de ello. Tufillo.

Leer los artículos de Juan Manuel de Prada sería uno de ellos. Y me atrevo a confesarlo porque hace tiempo que quería hablar de él y no tenía excusa suficiente. ¿Juan Manuel o José Manuel?.

En fin. El escritor, hijo de una hermosa ciudad que parece que no se atreva a llamar por su nombre, Zamora, y que la enmascara, siempre, con un requiebro semicultural y bastante pacato como “la Ciudad levítica”, algo bíblico de más, suele presumir de descreído. Que es algo que ya no suele estar de moda cuando reforzar e incluso defender las convicciones es algo más que un deber. Un deber de escritor. El escritor descreído (¿José Manuel o Juan Manuel?) publica habitualmente en ABC unos artículos algo confusos que no se suelen entender hasta el segundo párrafo, incluso un poco más lejos. Y se gasta un castellano amadrileñado que baraja (y confunde) a Ramón Gómez de la Serna con César González Ruano y seguro que les llama, familiarmente, “Ramón” y “Ruano”, como si todavía estuvieran tomando café en el Gijón mientras garabateaban un artículo en unas cuartillas de la casa después de haber pedido “el recado de escribir”. Y como si él mismo, el escritor descreído, estuviera en la mesa de al lado.

Juan Manuel o José Manuel se suele hacer un lío, sobre todo los sábados, que es cuando le leemos. La semana pasada volvió a presumir de descreído y se largó con una perorata inimaginable en ABC (¿pero qué está pasando en ABC?) contra los museos, ni más ni menos, y al principio nos asustamos. Sobre todo cuando todo el mundo ha decidido que el museo es el templo moderno y no cabe discusión. Ni falta.

Resulta que José-Juan Manuel cree que los museos son “el producto rencoroso de una época en la que el arte perdió su razón de ser” y lo dice así, de repente, y aplaude a los surrealistas que confunde infantilmente con los futuristas cuando querían quemar los museos pero que duda (aunque no lo diga) ¡si era con “los visitantes” dentro!.

Todo esto porque seguramente ha pasado sus vacaciones en Florencia, o ha ido a dar una conferencia o a presidir un tribunal, y se ha quedado horrorizado con los turistas que hacen cola ante los museos mientras él, “el viajero”, se solaza en la capella Brancacci con los frescos de Masaccio y parece que en solitario. ¿Cuántos turistas o viajeros visitan la capella Brancacci desde el día de San Pedro hasta el día de Santa Rosa de Lima, a la sazón el 30 de agosto?. Seguramente sólo la visitan escritores españoles “de gira” y con la conciencia bien limpia por haberse permitido denostar a los museos, los otros, en un gesto tan pasado de moda que hasta da un poco de vergüenza.

Da igual. Los escritores españoles que cobran por sus artículos suelen tener poco sentido del humor. Y, en cambio, una especie de sentido del deber cultural que parece que sólo venga a cuento en España (los franceses son caso aparte). A Florencia, pues, sin mochila, con las miras bien altas (o bien bajas, según se mire) y el complejo de turista guardado bajo siete llaves en el Banco Zaragozano (o en el que te quede más cerca de casa).

miércoles, 1 de agosto de 2007

AGOSTADO



Odio especialmente la sensación de vacaciones con olor a frito, a pólvora y a sudor. Y no sólo la sensación sino la realidad del frito de calamares, de la pólvora de las fiestas en honor a la Santa Patrona y del sudor exhibido e incluso ostentado.

El reverso de ese odio no son unas vieiras inodoras napadas con una salsa mínima de algas iziqui y puerros hechos trizas ni el silencio de una parador nacional ni el aire acondicionado a veinticuatro grados. Ni mucho menos. La contraportada de mi diario veraniego la suelo firmar en solitario (estoy empezando a contar demasiadas cosas de mí mismo), en una ruta a contrapelo y recalando en cualquiera de los museos casi solitarios de los que sigo enamorado.

Tengo suerte. No hago nunca planes para mi tiempo libre (si es que alguna vez lo tengo) y me dejo llevar en brazos de compañías añejas de autobuses, la Hispano Igualadina, la Estellesa, Alsa (ya más moderna) y procuro pasar poco calor cuando me paro o, por lo menos, un calor antiguo. Agostado.

Y mientras Nicolas sigue en La Pedrera (y no va casi nadie a verlo), Hogarth en Caixa Forum, el pobre Vincent donde la baronesa y alguna barbaridad más desparramada más o menos por el litoral. No sé si lo contaremos cuando lo hayamos visto. A veces me da la sensación de que todo esto no sirve para nada. Ni para mí mismo. Pero me engaño y me subo en un autobús (yo no conduzco) y me planto donde sea para sentarme a la sombra de los museos en flor, que tampoco está tan mal.