viernes, 7 de septiembre de 2007

LA SOLEDAD DEL CÉSAR




No nos gusta nuestro ministro vocinglero, César Antonio Molina, ni su programa (su programa a medias) ni su aspecto ni sus maneras ni siquiera sus poemas. No nos gusta nada.

Hace pocos días, a raíz de la dimisión y el posterior encontronazo de Molina con Rosa Regás, de la cierta imprudencia de la una pero de la salida de tono y los deleznables gestos del otro, le preguntábamos a un amigo que cómo se podía decir (cómo podía haber escrito El César) que está “insepulto en la pira de los astros” y a la vez ser ministro de cultura.

En la tarde de ayer, entre café con sacarina y botellita de agua mineral, la directora del Reina Sofía, Ana Martínez de Aguilar, presentó su dimisión al César horas antes (hoy mismo) de que en el Consejo de Ministros se empezara a debatir el código de buenas prácticas de los museos y el plan de modernización de las instituciones culturales, plan que afecta sobre todo al Reina Sofía y a la Biblioteca Nacional. El primero se trata de un documento orientativo ya aprobado en diciembre de 2006 y el segundo se encuentra en proceso de redacción, si no nos engañan los periodistas, que a lo mejor sí.

Las granadas de mano, una vez se les quita la espoleta, estallan. Tardan un poco (eso he visto en las películas) pero no tanto. A ese César probablemente no hay que darle nada. Ni un minuto. Porque le estallan sus cargos en sus propias manos. Lo peor es que no se le pueda dar, ya, credibilidad. Flaco favor a la izquierda ilustrada para regocijo de esos necios que siguen confundiendo valor y precio.

2 comentarios:

civisliberum dijo...

Hay cesares que su egocentrismo les impide el sosiego si ven estrellas que brillan con luz propia a su alrededor, por esto solo se sienten seguros en su puesto cuando no queda ninguna, cuando solo son ellos los que parten y reparten y cuando es menester el rendirles pleitesia para alcanzar sus favores. Cuando se alcanza el absolutismo mas o menos ilustrado.

manuel allue dijo...

Pues sí. "Más o menos" ilustrado. Lo peor es que esa ilustración sea tan sólo aparente o a lo mejor caótica o cuando menos confusa. Creo que en al caso de nuestro César se trata de esto último.