martes, 7 de agosto de 2007
TOTUS PULCHRUS, JUAN MANUEL
Hay vicios irreprimibles que solemos convertir en costumbre más que nada para dulcificarlos, para hacerlos más llevaderos y, sobre todo, para disimular. Vicios hasta cierto punto condenables, casi siempre criticables pero con un cierto tufo a propósito de enmienda cada vez que hablamos de ello. Tufillo.
Leer los artículos de Juan Manuel de Prada sería uno de ellos. Y me atrevo a confesarlo porque hace tiempo que quería hablar de él y no tenía excusa suficiente. ¿Juan Manuel o José Manuel?.
En fin. El escritor, hijo de una hermosa ciudad que parece que no se atreva a llamar por su nombre, Zamora, y que la enmascara, siempre, con un requiebro semicultural y bastante pacato como “la Ciudad levítica”, algo bíblico de más, suele presumir de descreído. Que es algo que ya no suele estar de moda cuando reforzar e incluso defender las convicciones es algo más que un deber. Un deber de escritor. El escritor descreído (¿José Manuel o Juan Manuel?) publica habitualmente en ABC unos artículos algo confusos que no se suelen entender hasta el segundo párrafo, incluso un poco más lejos. Y se gasta un castellano amadrileñado que baraja (y confunde) a Ramón Gómez de la Serna con César González Ruano y seguro que les llama, familiarmente, “Ramón” y “Ruano”, como si todavía estuvieran tomando café en el Gijón mientras garabateaban un artículo en unas cuartillas de la casa después de haber pedido “el recado de escribir”. Y como si él mismo, el escritor descreído, estuviera en la mesa de al lado.
Juan Manuel o José Manuel se suele hacer un lío, sobre todo los sábados, que es cuando le leemos. La semana pasada volvió a presumir de descreído y se largó con una perorata inimaginable en ABC (¿pero qué está pasando en ABC?) contra los museos, ni más ni menos, y al principio nos asustamos. Sobre todo cuando todo el mundo ha decidido que el museo es el templo moderno y no cabe discusión. Ni falta.
Resulta que José-Juan Manuel cree que los museos son “el producto rencoroso de una época en la que el arte perdió su razón de ser” y lo dice así, de repente, y aplaude a los surrealistas que confunde infantilmente con los futuristas cuando querían quemar los museos pero que duda (aunque no lo diga) ¡si era con “los visitantes” dentro!.
Todo esto porque seguramente ha pasado sus vacaciones en Florencia, o ha ido a dar una conferencia o a presidir un tribunal, y se ha quedado horrorizado con los turistas que hacen cola ante los museos mientras él, “el viajero”, se solaza en la capella Brancacci con los frescos de Masaccio y parece que en solitario. ¿Cuántos turistas o viajeros visitan la capella Brancacci desde el día de San Pedro hasta el día de Santa Rosa de Lima, a la sazón el 30 de agosto?. Seguramente sólo la visitan escritores españoles “de gira” y con la conciencia bien limpia por haberse permitido denostar a los museos, los otros, en un gesto tan pasado de moda que hasta da un poco de vergüenza.
Da igual. Los escritores españoles que cobran por sus artículos suelen tener poco sentido del humor. Y, en cambio, una especie de sentido del deber cultural que parece que sólo venga a cuento en España (los franceses son caso aparte). A Florencia, pues, sin mochila, con las miras bien altas (o bien bajas, según se mire) y el complejo de turista guardado bajo siete llaves en el Banco Zaragozano (o en el que te quede más cerca de casa).
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4 comentarios:
Pontificadores exclusivistas los hay en todas partes. En el caso que citas de Juan Manuel o José Manuel de Prada, denoto en el personaje un exceso de provincianismo que intenta enmascarar con ese aire que indicas de descreimiento y de simulación de elemento central en los madriles. La tan nombrada cita de la perdida de la razon de ser de los museos al popularizarse y papanatizarse los mismos, refuerza, si más, su provincianismo, su falta de ideas y el sentido de inferioridad de Juan Manuel o José Manuel de Prada.
Además, el disimulo o enmascaramiento de su lugar de procedencia todavía da al escritor un más bajo temple.
Muchos personajes han falseado y modificado su biografía para darse más empaque, Tierno Galván hizo el camino inverso a Juan Manuel o José Manuel de Prada, proclamó haber nacido en Soria (Castellano Viejo) habiendo nacido realmente en Madrid.
Porque don Enrique era un hombre como es debido, un hombre cabal como se decía antes. Fíjate que si hay una cosa que aprecio de verdad en los escritores (y en general en todo el mundo) es el sentido común, cosa que prácticamente ha desaparecido del mapa, del literario y del otro. De Prada es un fatuo, ¡qué le vamos a hacer!, que seguramente empeorará con el tiempo. No es un vino ni una mujer y tampoco es muy buen escritor, o sea que envejecerá mal.
Pues hace unos años que estuve viendo los frescos de Masaccio en la Brancacci y había abundante muchedumbre, no tanta como en la Signoría, claro...aunque es cierto con un tufillo más exclusivista.
A estas alturas de la globalización ¿puede alguien pensar que lo que hace en cualquier viaje puede ser original? El mundo se ha vuelto pequeño y está al alcance de cualquier "´guía" descubrir lo más genuino y exclusivo de cualquier sitio.
Por cierto, qué maravilla el Museo del Quai Branly, por ahora tranquilo, pero un espacio único y de una riqueza etnográfica enorme.
Estupendo museo, sí señor, el del quai Branly. Muy cuidado y con una muy buena colección.
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