lunes, 16 de julio de 2007
ALMADÉN DEL AZOGUE
Estaba esperando ayer, a la sombra de la muralla romana, a que me vinieran a recoger para ir a comer. Dominical gazpacho, festiva paella, calor del bueno aunque al final el calor fue casi lo mismo pero el gazpacho salmorejo. En fin.
Se me acercó un señor bajito, impoluto, camisa azul purísima de algodón, algo tiesa, pantalón navy blue y mocasines impecables. Negros.
El impoluto me asesta, oliendo a Agua Brava, repeinado.
-Usted debe de ser de aquí.
-Más o menos.
-¿Sabe de un bar donde tomar una cervecita?
-El de aquí al lado está cerrado. Son colombianos.
-Ya se sabe, en domingo…
-Pero tiene Usted otro a la vuelta.
Y no se inmutó, se pasó la mano por el pelo, escaso, y puso cara de chófer de autocar.
-Verá, es que soy chófer. Y falta mucho rato hasta que vuelvan los clientes.
“Clientes”, pensé, cómo cambian las cosas. Prefería cuando éramos viajeros, los sufridos y felices usuarios de autocar. Aunque usuarios eran más bien los de autobús, de línea, y por la denominación y los tiempos que corrían, con pocos derechos. Los justos.
-Pues vaya calor, continuó el chófer impoluto.
-Pues sí.
-Pero para calor el que hace en Extremadura.
-¿Qué me va Usted a decir?. Yo soy de origen extremeño.
-¿De qué parte?.
-De Mérida, provincia de Badajoz.
-Pues yo, no sé si Usted lo conoce… Soy de Almadén del Azogue, donde las minas de mercurio.
Y alzó el mentón. Y se le dibujó una sonrisa y lo revistió, en seguida, un aura de orgullo que le hizo relucir como el sol, perruno, contra los sillares romanos.
Si lo hubiera conocido Sandy Calder hubiera construido no una fuente sino un manantial de mercurio, en su honor y en el de todos los mineros de Almadén orgullosos de su origen y de su azogue.
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