domingo, 13 de mayo de 2007

SWAB



Con menos prevención de la que era de esperar, con una cierta ilusión y con poquísimos prejuicios hemos visitado Swab, la novísima Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Barcelona que hoy cierra sus puertas en las Drassanes Reials, las Atarazanas, mojándose los pies, o casi, en el Mediterráneo interior de ese puerto tan extraño. Swab no es una palabra fácil porque en principio se puede referir a un tampón higiénico o incluso a un frotis (vaginal o no). Pero parece que los tiros no van (no deberían) ir por ahí y el nombre queda ligado simplemente a la limpieza.

Pues eso. Creada por los arquitectos Joaquín y Marina Díaz-Gascón, padre e hija, conocidos coleccionistas y promotores de arte, con la intención de llenar el estrepitoso vacío que tiene Barcelona en el ámbito ferial, se trata, entonces, de una iniciativa privada aunque apoyada, parece que levemente, por las instituciones al uso, Ayuntamiento, Diputación y Generalitat. Parece ser, queremos decir, que las ayudas económicas aún no han llegado o aún no han llegado del todo. La cuestión es que la feria abrió sus puertas el jueves día 10, que dura cuatro días y que se trata de un proyecto bastante ambicioso.

Los medios han señalado con un “pero, ¿dónde está la feria?” la ausencia total de publicidad (ni en la prensa ni por las calles) lo que nos ha obligado a preguntar a los guardias si se entraba por donde el Museo Marítimo. Pues sí. Se entraba por ahí y tras los cien mil carteles con el rostro electoral algo compungido de Xavier Trías (¿qué le preocupa, senyor Trías?) las puertas del Museo aparecían enmarcadas por dos elegantísimas lágrimas de lona con las letras S W A B al bies. Pequeñas pero ahí estaban. En el atrio del Museo nos recibe, espléndida, la réplica del Ictíneo I, el sumergible de Narcís Monturiol, que aparece como una pieza gigantesca del cubano Kcho o quizás sea el sueño de Riera i Aragó. Un sueño para los niños.

Como niños en día de fiesta (lo hemos sido), entramos, pagamos (ni mucho ni poco) y nos facilitaron un plano estricto de las dos plantas. Planta y media. El Ground floor acoge a la mayoría de las 43 galerías, la mayor parte extranjeras, y se compone de un espacio bastante bien diseñado por el arquitecto Fernando Rial que pretende, según hemos leído, que con los paneles de los stands compongan las susodichas letras S W A B, visibles desde la segunda planta. Por más equilibrios que hemos hecho, aún a riesgo de precipitarnos lamentablemente desde la barandilla, no lo hemos conseguido. Ni “S” ni “W” ni nada. Pero de todas formas el arquitecto ha logrado darle un aspecto de solidez aún siendo los stands minúsculos. Nada de moquetas, con los paneles pintados de un gris perla bastante agradable y con los muebles, mesa y sillas, de cartón y “disseny”.

En el espacio de la galería Leo Koenig, de Nueva York, el primero, nos ha sorprendido la obra muy bien construida de David Scher, unos cuadros espectaculares acompañados de un “gabinete de curiosidades” con apuntes, collages, hojas de cuaderno, fotografías y maquetas fechados entre 1977 y 2007. El artista, encantador, nos ha salido al encuentro, se ha presentado y hemos charlado un poco de todo. De él, básicamente. Neoyorquino militante, delicado, fuerte y, sobre todo, inteligente. Y con una obra considerable. En la Whonmaschine, de Berlín, dos óleos sobre cobre de Dimitris Tzamouranis muy bonitos, dos carreteras nocturnas con un deje romántico, entre pintura de gabinete y objeto, muy cuidados. La caseta de la galería Iguapop, de Barcelona, no tenía ningún interés, con una obra muy complicada de Sergio Mora. Leyendecker, al lado, con un espacio bastante grande, tampoco nos ha sorprendido en absoluto. Y bien que los sentimos: unas fotos muy decorativas pero nada más de Peter Klare y sensación de aburrimiento. Lo mismo que Estrany-de la Mota, con unos papeles negros de Francesc Ruiz sin mucho interés, dos fotos algo más bonitas de Douglas Gordon y unos tremendos papelitos de Ignasi Aballí ¡con tinta y tippex!.

La apariencia, en esos dos pasillos, es de que se trata de obra vendible, de pequeño formato, parece ser que asequible, de artistas “emergentes” (horrible palabra), aunque a veces no se sepa bien de qué o de dónde emergen. Huele a pintura, es cierto, a recién pintado. Y no hay, contra lo que podría parecer, ni demasiados artefactos ni “restos de instalaciones” ni nada que se le parezca. Hay óleo y tinta y lápiz. Pero hay poco entusiasmo. Es todo un poco pequeño. Un poco limitado. Y hay muy poco vendido.

Junto a alguna chinoisserie (Gallery 55, Shanghai, Tokio Gallery,…) bastante poco seria nos decepciona el espacio de Pilar Parra y Romero, de Madrid, y mucho, la Vacío 9 de Marta Moriarty y la emprendedora pero desigual ADN barcelonesa que enseña, sin embargo, una foto grande (120x163) y comprable de Concha Pérez, en la línea de “espacios abandonados” pero redonda. Algo de geometría, algo de pop (poco), casi nada de abstracción (ni épica ni lírica) y una trastienda preciosa con obra pequeña, hiperrealista y homenajeadora (Warhol, Velázquez, Rembrandt, ni más ni menos), de Stefan Holler en Anna Klinkhammer, de Dusseldorf.

Pero se obró el milagro. Subimos algo renqueantes a la primera planta, con sólo seis galerías y una especie de club del expositor, y nos esperaba el espléndido stand de M+R Fricke, con galería en Dusseldorf y en Berlín, con la mejor obra de toda la feria, la mejor colgada, la más inteligente, la que justifica el viaje, vamos: dos preciosas telas de David Kippendorff con una Rita Hayworth deshecha en llanto, preciosos de verdad, unos dibujos a lápiz excelentes de Pauline Kraneis, de los que había alguno vendido, figurativos, de interior, soberbios, dos deliciosas esculturas de pared (“recortables”) de Gabriele Basch y siete fotos intervenidas de John Beech, a cada cual mejor. Marion y Roswitha Fricke asistían impávidas a mi entusiasmo y a su escueto lunch de cocacola Zero y pincho de tortilla.

La cita debería repetirse. Hay mucho que hablar y no sé lo que pensarán de la feria ni los Joan Prats ni los Toni Tàpies ni mucho menos los Taché. Es una feria que le pega, y mucho, a Norberto Dotor y a Ferran Cano y a los Siboney y hasta a los My name’s Lolita. Y a los editores un poco avezados. No creo que sea una feria cara. Ni de difícil acceso. Pero lo que más nos ha sorprendido es que no es una feria española, ni mucho menos catalana y, si me apuráis, ni barcelonesa. Es un poco híbrida, todavía. Un poco (bastante) por definir. No coja, porque tiene muy buena pinta y aspecto de sólida. Un buen y bravo aspecto (las azafatas son bilingües de verdad, no huele a frito, no huele a nada, no hace ni frío ni calor y, sobre todo, no hay ruido). Se respira.

En fin, que Narcís Monturiol y ese John Beech del que ando enamorado (hijo de Tony Cragg, por ejemplo, otro de nuestros iconos) le den buena fortuna a la feria porque la merece. ¡Larga vida!.

3 comentarios:

edu comelles dijo...

ya tenemos nuestro blog artrítico, echale un vistazo en:
megacavalls.blogspot.com

manuel allue dijo...

Allá voy. Ya te contaré.

manuel allue dijo...

Muy elegante. Muy bonito. Dame tiempo.

Ptons (¿te queda tiempo para algo más?: ja parlarem).