sábado, 5 de mayo de 2007
CRITICA DE LA RAZON EQUIVOCADA
Entendemos perfectamente que los críticos de arte se ganen el pan (y el paté o la mermelada) con ciertos esfuerzos dialécticos, que escriban según una línea editorial o que escriban, simplemente, lo que toca. Entendemos muy bien hasta el cansancio. E incluso la torpeza. Pero lo que no podemos entender es el discurso banal de a tanto la holandesa para: 1. Quedar bien con el/la galerista (con la galería, vamos). 2. Reseñar una de las únicas exposiciones madrileñas con reclamo o 3. Hacerlo porque es signo de un modernidad llamémosle acomodada.
A lo que vamos. La exposición de Perejaume en la galería Soledad Lorenzo aparece hoy reseñada, a toda página, en ABCD bajo la firma de Miguel Cereceda y con el título de Un soplo de aire fresco. La exposición viene citada como “Perejaume. Los horizontes y las pinturas” y en la página de la galería leemos “Los horizontes y las cinturas”. Pero seguramente da igual. Pinturas o cinturas el señor Cereceda se pasea, en el primer epígrafe titulado Contemplación interior, por el Mediterráneo, de la mano de Ulises (de vuelta, claro está, a Ítaca), parando un poco en el Fedro de Platón para llegar, de repente, a la Edad Media (“bosques agrestes, escarpadas montañas”), a Petrarca y, ya en una especie de orgía transhistórica, a la Reforma dando un traspiés en las Confesiones de San Agustín. Ni más ni menos.
Todo ello para contarnos, o para pretender hacerlo, que el artista de Sant Pol de Mar, menos famoso que Carme Ruscalleda aunque sea Premio Nacional de Bellas Artes, expone sus fotografías y vídeos creados, construidos y suponemos que pensados “dentro de la tradición paisajística”. Vamos a ver. Ni el artista representa tradición alguna ni es continuidad de una tendencia paisajística ni siquiera remota y hace falta tener algo más que bemoles para afirmar que el de Sant Pol traza sus vídeos y sus fotos “con esas líneas descriptivas, pictóricas y científicas a la vez”. Ni pictóricas, señor mío, ni tan siquiera topográficas. Perejaume se inventó hace muchos años (y lo celebramos por él) un viaje alrededor de sí mismo, mochila en ristre, que le ha llevado a cometer los más insospechados desmanes en una clave paisajística que nunca ha explicado, ni bien ni mal. Si Miquel Barceló sigue entusiasmado con los bodegones, Antón Patiño con la figura y Perejaume con el paisaje, pues qué le vamos a hacer, allá ellos. Pero que se nos quieran presentar como herederos de una tradición secular, que se cite, impunemente, a Platón o a San Agustín, o a Zurbarán o a Tiziano, me parece de un atrevimiento mayúsculo. Porque Perejaume hace un juego inverosímil con las faldas de las montañas y las faldas de las señoras, ambas al viento (¡válgame Dios!), Barceló se embarra hasta lo indecible jugando, todavía, a Picasso en Vallauris y de Antón Patiño no hay mucho que decir.
Los tres ejemplos valen. Seguro que valen. Porque son pintorescos. Pero a la soledad del crítico de fondo hay que darle más madera para combatirla. No hace falta leer más. Ni acudir a San Google para que nos de la fecha exacta de cuando Petrarca asciende al monte Ventoso o Barceló se enamoró de una indígena. Hace falta leer. Y escribir sólo lo que haga falta.
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2 comentarios:
jejejejejjeje!!!!!!!Excelente post!!!!!!!
Pues muchas gracias, Vigi. Y me alegro, sobre todo, de que te hayas divertido.
Un saludo.
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