jueves, 3 de febrero de 2011

NEGATIVO, CRÍTICO, CUARESMAL


El poeta y sin embargo ensayista José María Valverde (extraordinario escritor) publicó en 1959 un librito que seguramente algún profesor de Estética listo debe (de) seguir recomendando a sus alumnos. Se trata de las Cartas a un cura escéptico en materia de arte moderno, a las que parece que les quede muy poco de epistolar, quizás la excusa, y cuya primera entrega, o capítulo, o misiva, tiene bastante de proclama pero desde luego mucho de reflexión “en” el tiempo, sobre el arte no-formal y sobre todo sobre la nueva arquitectura. Estupendo libro. Aunque no se trata de un sesudo ensayo, ni creo que lo pretendiera, sí da una idea muy cierta de lo que podía estar pensando un intelectual español de finales de los 50 y sobre todo de lo que podía estar obviando. Intencionadamente o no. Me da igual.

Cita a Hegel con desparpajo (que ya es tener) pero sobre todo cita al Pavese de Il mestiere di vivere, que es un libro que no es que lo tenga junto a San Juan, Santa Teresa y otros breviarios, pero sí cerca (y no precisamente del corazón). Aunque me fastidia cuando se empeña en citar a Eugenio d’Ors porque a ese quiero mantenerlo castigado por lo menos durante dos décadas más. De todas formas el otro día compré uno de los folletos con la “Glosa” de la huelga de 1919 que editaba, en catalán, claro, la imprenta Ràfols de la calle Portaferrisa porque soy de talante fetichista y me gusta coleccionar, también, lo que odio.

A lo que íbamos. El dandy de don José María inicia su aproximación a la nueva arquitectura diciéndole a su cura-interlocutor que “empezó con un aspecto negativo, crítico, cuaresmal, quitando superfluidades”. Y me he apropiado de la frase. Curiosamente no cita a la Bauhaus para nada, ni al GATEPAC español ni casi a ningún arquitecto excepto a Le Corbusier y a pocos más. Pero me gustó en su día, y todavía me sigue gustando, calificar de cuaresmal a la pugna, si es que así puede llamarse, contra la ornamentación, contra lo superfluo, contra el esgrafiado que padecían muchas arquitecturas, la mayoría de las mentes decimonónicas (esto lo digo yo) y sobre todo contra ese neogótico al que nos somete de vez en cuando la historia.

Ahí es donde quería llegar. Porque no puedo soportar (y no miro a nadie) ese afán ornamentista, ornamentador y al final del final vacuo (¡y lleno!) de infinidad de fotógrafos contemporáneos que nos van enseñando, con más fuerza que maña, sus interiores, sus exteriores, sus amigos y sus vecinos, sus amantes, sus fobias (más bien sencillitas) y sus filias, torpes y abundantes. ¡A que le voy a dar la razón a don Eugenio (me niego a llamarle Xènius) y decir que su panteísmo tiene ese aire religioso de los paisajistas del siglo XIX! De verdad que no puedo entenderlo y que no sé a qué viene todo eso. En fin, que no quiero ser contemporáneo suyo. Que se arreglen.