El título viene al hilo del comentario de mi querido interlocutor Audiotalaia, alias Educomelles, que tan atento está (y tan atento es) a y con todos mis avatares librescos. Y porque cada vez que me paseo por el quartier barcelonés de Rambla de Catalunya-Consell de Cent-Balmes me quedo con ganas de contárselo. Con desganas.
En plena ola de calor empecé comiéndome un espléndido bocadillo de jamón en el Forn de Sant Jaume, al lado de la galería Joan Prats, porque los bocadillos están buenos (y los chocolates y el cabello de ángel y los fantásticos hojaldres) y porque estoy convencido de que hay que entrar bien merendado a según qué galería. A la mayoría, vamos. Y acometí la exposición de Víctor Pimstein con el ánimo adecuado y sin demasiados prejuicios.
Me gustó aunque no me entusiasmó. Pero estoy convencido de que el artista, del que no había visto más que fotografías de sus cuadros, va en serio. No es que se lo tome en serio, que lo hace, sino que es que sabe lo que hace y lo hace bien.
Los cuadros son bonitos, menos etéreos de lo que el crítico que escribe el texto del catálogo pretende, porque ese texto creo (en mi poco humilde opinión) que flaco favor le hace a la pintura de Pimstein. Alex Bauzà, que es quien firma el texto, se empeña desde el principio en demostrar que los cuadros son, ¡válgame Dios!, meros “soportes materiales para la pintura” (sic). ¡Pero si al pintor lo que le gusta es pintar!. Por qué el crítico, o lo que quiera que sea el señor Bauzá, dice así, a las bravas, que la pintura es “retórica (en cuanto a) proceso” y desprecia, o eso parece, “la estéril autorreferencialidad de cierta pintura abstracta”. ¿Es Tàpies estéril y autorreferente? ¿O Millares? ¿O Rothko? Más autorreferenciales que cualquiera de los tres, imposible. Pero ¿estériles?. Que parece que ese señor se avergüenza de los pintores “que pintan” y arrastra con ello al artista. Como si el estar (o el ser) más próximo a la fotografía nos salvara (les salvara a ellos, los pintores) de algo. De todo. No me gusta todo esto.
Después crucé la acera, y ojalá no lo hubiera hecho, y me metí en Senda. Christopher Mir, que por el apellido podría ser de Caldetas o de Montroig, y al que el suplemento de La Vanguardia de ayer mismo le dedicó un amplio artículo, no hace más que enredar el asunto. El señor Mir sí que se siente culpable. De ser pintor y hasta de ser coleccionista de imágenes. Porque además va y las pinta en unos tremendos collages (no sé cómo llamarlos) ácidos y la mayoría banales. ¿Por qué ese empeño en pintar, en llenar el cuadro, en acentuar una y mil veces, como en una mala novela de pobre argumento, para luego no poder recordar nada. ¿Por qué todo ese trabajo?.
Seguí, sediento y algo desazonado, pero prefiero no seguir contando. Margaret Métras tenía cerrado, Llucià Homs también, Carles Taché seguía con Tony Cragg (su dinero le habrá costado) y Toni Tàpies celebraba una especie de hermanamiento Toronto-Barcelona que no me interesó en absoluto. El segundo imperio no es el de la fotografía, hermanos. Es, como el primero, el de la pintura, como representación, como oficio y como celebración. Y el que se avergüence, que se dedique a vender pisos o a dar clases de wind-surf.
N: La ilustración corresponde a la fotografía de unos de los cuadros de Víctor Pimstein, el titulado Horizon 15, que cuelgan en Joan Prats.