miércoles, 18 de febrero de 2009

FORTUNA IMPERATRIX MUNDI


Da la sensación (me da la sensación) de que sólo me pongo a escribir en el mes de febrero y sobre todo después de ARCO. No es que ahora tenga muchas ganas (he tenido un día tremendo y se me ha hecho tarde) pero el tema me pone, el mes, febrero, me gusta, y es como si me hubiera matriculado para unas oposiciones y no me hubiera presentado al examen. Manolo Quintana me entiende y alguno (y alguna) más. De ésos que dicen que no leen pero que luego largan como cotorras.

Total, que me pongo a escribir porque estoy cansado y me sale el título (lo primero, siempre, es el título) y ahora resulta que me estoy acordando del pobre Antonio de Senillosa, que no tiene nada que ver con todo esto pero que siempre me pareció un tipo fantástico. El 23-F, lo contó después, cuando los tejeros les dejaron, por fin, sentarse aunque con las manos visibles (”esas manitas…”), don Antonio empezó a garrapatear unas notas en su cuaderno. Un guardicivil le miraba, avieso, e incluso le llegó a preguntar qué andaba escribiendo. Senillosa le dijo que “impresiones”. El guardiacivil torció el gesto y acarició el gatillo, seguro de sí mismo, pero ni miró el cuaderno de notas. “No son hombres de letras, claro”, apuntó el diputado, y siguió escribiendo. ¡Lo que daría por leer una de esas notas, si es que existen!.

Pues en los pasillos de la Feria de la Fortuna Variable me pasó algo parecido, dicho sea con todos los respetos y salvando absolutamente las distancias. Enormes. Andaba yo anotando vete a saber qué bobada sobre un dibujo de Torres García (luego lo taché y ahora no lo entiendo) y un empleado de la galería, no el dueño, me miró despectivo y no apretó el gatillo porque no tenía arma (visible) ni tampoco por qué. Vio que escribía, perfectamente, e incluso mi acreditación que ondeaba algo confusa entre la bufanda y el cuello del abrigo. Pero no puedo adivinar qué es lo que no le gustó: mi aspecto, mi bufanda (gris, bastante bonita) o mi moleskine sobada.

Estuve a punto de preguntarle el precio (luego los supe y no era para tanto) o la marca de su colonia o si realmente le molestaba, como al guarciacivil, la letra.

Tienen suerte los ágrafos. Con una sonrisa, un guiño o un arma bien puesta tienen bastante. Puta envidia.

martes, 17 de febrero de 2009

THE TROPICAL STORM FAIR (MADRID)


La foto, bastante bonita, se la he robado junto al título a The Tropical Storm Beach Grill & Bar, un estupendo local de Hernando Beach, en Florida, cuya página vale la pena visitar (no se asusten de la música). El churrasco de la foto no lo es tanto pero seguro que vale la pena. Y las chicas. Y el camarero ése que sonríe de lado, el de los armani falsos, que seguro que te consigue lo que quieras (a sí mismo, por ejemplo).

La tropical store fair de Madrid, la Una, no la Otra, está que se sale. Luis Eduardo Cortés, el presidente del comité ejecutivo de Ifema, no la señora Fernández, ha declarado que todo ha ido estupendamente, que se ha vendido, que el año que viene la cosa invitada será la ciudad de Los Ángeles, no un país (¡válgame dios!), y que sobran galerías, que serán “muy estrictos, mucho más” (sic) y que el sol saldrá, seguramente, por Antequera, entre Hernando Beach y las marismas, al fondo a la izquierda.

Supongo que el señor Cortés querrá decir que las galerías de provincias seguirán en los rincones, que a las repescadas a última hora las meterán con cualquier calzador al lado del chiringuito de los cafés, que las damas (y los señores) de la Cruz Roja tendrán su mesa petitoria en un stand aún más grande y que les pondrán, además, un guardia con el casco de plumas y dos arriates de evónimos o a lo mejor un camelio enano, para adornar.

Pero de la moqueta ni palabra. De la señorita de voz aflautada del mostrador de prensa que era tan alto que ella parecía enana, además de incorrecta (y mártir), tampoco nada. Ni de la sensación de vacío, de falta, de sentido común, que ya lo dije ayer.

Todo esto no me divierte nada aunque cada uno es libre de hacer de su diversión un oficio, de su capa un sayo o de tripas corazón. A Álvaro Alcázar, con un stand estupendo, se lo perdono todo. Porque es el que más me gusta siempre: sus artistas, sus piezas (menos una, espantosa), sus flores (rosas rojas y liliums el viernes) y él mismo. A Soledad Lorenzo, también, porque además de un buen stand tiene buena pinta y siempre sonríe. A Elvira Mignoni no la vi, pero ya no me parece tan bien aunque me guste su galería. Pero esa cara de tragedia (de tragedia ramplona y pasada de moda) de Helena Tatay, ese cansancio parece que endémico de Norberto Dotor, esas ganas de no vender de Toni Tàpies, ese desasosiego de Ángel Samblacat y, por qué no decirlo, esa falda tan corta de Lola Moriarty, a sus años, son cosas que no puedo entender. Ni el cuadro verdoso de Hernández Pijoan ni la pieza de Cristina Iglesias (¿por qué siguen tan empeñados con ella?) ni los sauras trasnochados de Lelong ni ese plato de almejas de Barceló para el que no tengo palabras.

Mañana, si acontece, hablaré de lo memorable: el richard serra de Elvira, de doña Elvira, la escultura de Croft de Filomena Soares, preciosa (mejor que la de Helga, de doña Helga) o ese campano oscuro de Rafael Ortiz. Me gusta Campano. Me gusta mucho.

¿A que voy y ceno churrasco al son de Surai Surita, de mi amada Yma Súmac, la emperatriz de los Andes? ¿A que me sienta mal?.

lunes, 16 de febrero de 2009

UNA GAVIOTA EN MADRID

En la zarzuela La Gaviota, con libreto de don Josep Amich i Bert y música del maestro Oliveros, rara pieza de los años veinte del siglo pasado, se canta un poco a pelo pero desde luego que sí se hace a pluma (chiste fácil) a una gaviota que se posa en el regazo de una moza supongo que en la calle Raurich y no en la de las Huertas.

No estoy muy seguro de nada, ni de que las gaviotas se posen tan ricamente en el regazo de nadie (¡menudo horror!) ni de que lleguen hasta el Retiro, ni de que haga falta pagar treintayseismil euros por colgar un cuadro de Lamazares, por ejemplo, ni de que se haya de sudar la gota gorda para ver en qué ha acabado todo esto, puestos a señalar y sin ánimo, en ninguno de los casos, que los hay, de ofender.

Hace justo media hora que han cerrado las dos ferias Madrid, ARCO y ART, que se empeñan en tener el mismo subtítulo y que comparten no pocas cosas. A nivel local, claro está. Porque en eso ha convertido la señora Fernández a ARCO, en una feria más local que nunca, enrevesada, oblicua y me atrevería a decir que circunstancial. Yo de ella (yo de Usted, señora Fernández) volvería a poner en marcha la megafonía, haría un mix entre la zarzuela La Gaviota y un pasodoble torero, como sintonía, y llamaría sin parar a Pepe Cobo y a Helga de Alvear, que ya se ve que son las estrellas, y me dejaría de zarandajas. Anunciaría la llegada de lady Forster, el levísimo cambio de look de Lola Moriarty, la transmutación de Norberto Dotor, el aburrimiento (mortal) del señor Gómez Acebo, las bolsas en los ojos (operables) de Miguel Marcos, la nula verticalidad de los paneles de los stands, la iluminación de tenderete de Benidorm un quince de agosto (por la noche), las rasgaduras de la moqueta gris (ese gris Fernández, antes gris Gómez Baeza), el inglés perfecto, exquisito (y esto sí que no es una broma) de Guillermo de Osma, las mechas de las azafatas (del rubio al menos rubio), y, al final, por encima, flotando, ese espléndido olor a churrasco que sitúa a la feria justo donde debe de estar, alrededor del coche oficial, el Subaru modelo Tribeca, cerca de Barajas, por si viene alguien, y en el polo opuesto del sentido común.

No tengo muchas ganas de contarlo ahora. Pero lo haré. Donde sea. Donde me dejen. Porque estoy desolado. Se ha acabado la fiesta, lo que no me parece mal, pero me han robado la linealidad, el paralelismo y poniéndome un poco pesado hasta la geometría.

El mejor stand de la feria, como me dijo mi amigo de siglas tan conocidas que no las pongo, la sala VIP, con los camareros tan atentos (atentos de verdad) y con un vino blanco estupendo. Por lo menos es donde había más gente.

viernes, 6 de febrero de 2009

SIN MIEDO



También vamos a ir a ver, si el tiempo no lo impide y las ganas de no trascender no son demasiadas, la exposición de Tarsila do Amaral que se ha inaugurado esta noche en la Fundación Juan March. Hacia las cuatro de la tarde, después de un café apresurado, Juan Manuel Bonet, el comisario de la exposición, nos ha contado bastantes cosas en Radio Clásica (que ahora, y supongo que felizmente, anda un poco más didáctica), al ritmo de Erik Satie y con una citas pronunciadas en un francés perfecto.

Se le echa de menos a J.M. Bonet, a sus textos sobre todo, aunque el del otro día sobre el Futurismo en ABCD no estaba nada mal. Pero me gustaban, y mucho, sus críticas de exposiciones, antes de irse al IVAM, escritas con mucho desparpajo, muy bien escritas, y con una sobredosis de información que no molestaba nunca. Su delfín (o eso ha ido pareciendo) Enrique Andrés Ruiz es otra cosa. Demasiado melifluo muchas veces y otras con el “tono” equivocado. Aunque tampoco escribe mal sin tener sus críticas el empaque que tenían las de Bonet. Incluso en la semana de ARCO, tan difícil para los críticos oficiales (lo que es una manera de señalar) y de los otros, Bonet, dignísimo hijo de su padre, un excelente tratadista y mejor conferenciante (y con un sentido del humor que no sé si tiene su hijo), nos regalaba párrafos espléndidos y sin esa mala baba que destilaban los de Calvo Serraller que. además de pontificar, descalificaba. Siempre. ¿Habrá estudiado en un seminario pontificio el señor Calvo Serraller? Porque eso se aprende aunque se haya nacido con aptitudes.

En fin, que hemos dejado de lado a la pintora para despistarnos un poco por los vericuetos de la trastienda.

También, y por distintos motivos, echamos de menos los textos de Alberto Ruiz de Samaniego.

Y el pan, y el circo.

jueves, 5 de febrero de 2009

MIEDO DE QUERERTE


Cuando de veras se quiere
el miedo es tu carcelero,
y el corazón se te muere
si no te dicen te quiero.

Será que todavía hace frío, será que hablo más de la cuenta o será que me creo todo lo que dicen.

Pero no, es mentira, no tengo miedo porque de momento no me hace falta.

Tengo ganas de ver la exposición de Bacon en El Prado, con fervor, y celebro que los buenos escritores (Juan Cruz es uno de ellos) lo celebren con semejante enjundia. O a lo mejor tampoco es enjundia sino ganas de escribir bien. O escuela. O salero. Eso de lo que tan poco queda en mi tierra que no es la suya, lector casual, sino la de unos pocos neuróticos que nos seguimos preocupando, claro está, de nosotros mismos.

Pero bien: no es que tenga miedo pero me asusta que a la señora Fernández le haya dado por rebautizar ARCO como ARCOmadrid, así, con esas mayúsculas y esas minúsculas raras, y que se quede tan ancha. Seguramente esa señora (o quien sea, para qué nos vamos a engañar) lo ha hecho con buena intención, no cabe duda, pero ¿a qué viene ese subtítulo tan pegado?. Me asusta.

Como también lo están los galeristas que se han autoexcluído, los enfadados y los asustados, aunque todo esto vuelve a no gustarme nada, a olerme a rancio, rancio desde 1985, más o menos, cuando Juana de Aizpuru salió por la puerta ¿de atrás o por la puerta grande?. Toda esta trastienda con olor (iba a escribir “resquemor”, pero no puede ser) a naftalina, a malos rollos que nos vuelven a poner en la cola de Europa, sí, ahí donde les encanta a los franceses que estemos. Pues no. Arrieritos somos y o le dan un empaque nuevo a la feria (FIAC lo ha hecho, Frieze lo ha conseguido) o seguimos vendiendo cuadros de Millares y de Zóbel a los fabricantes de porcelanosas varias y grabados de Chillida y litografías de Tàpies a los cachorros de los sabuesos para su sala de estar.

Yo ya no vendo nada (o casi nada), creo que eso está claro, pero me da miedo que se me muera el corazón aunque no me digan “te quiero” ya hace mucho. Qué le vamos a hacer.