sábado, 29 de septiembre de 2007

NEUTRA BATALLA



El martes pasado estuvimos, tal como habíamos previsto, en el CGAC compostelano para ver, entre otras cosas, la exposición A batalla dos xéneros que ha comisariado Juan Vicente Aliaga. Íbamos sin prejuicios, informados por el artículo del propio comisario y la crítica de Ángela Molina del sábado anterior en Babelia (que no están en la red), un poco expectantes para ver en vivo los documentos o las fotos de Ana Mendieta, de Cindy Sherman o de Tracey Moffatt, y para atravesar la tesis de Aliaga. Para pasar a su través, vamos.

Pero nos quedamos con las ganas. El CGAC sigue siendo un edificio excelente, en un entorno espléndido, acuñado a la perfección (en cuña), pero parece que semejante continente, algo naval como muchos de los museos españoles de arte contemporáneo, viene soportando desde la nueva dirección una sensación de sopor apabullante. Insoportable. Y todavía no estamos hablando de la exposición.

Manuel Olveira, el director actual, arrastra una especie de pesadumbre desde hace más de una temporada. La arrastra pero parece que no la soporta. Fueron controvertidas pero con destellos (con sus sombras y sus brillos) las anteriores direcciones del Centro de la mano, de ambas, de Gloria Moure, primero, y de Miguel Fernández-Cid después, profesionales conocidos y reconocidos que echaron a andar la nave con bastante cuidado, con no demasiado ruido pero con algunas nueces de por medio (y seguimos con el refranero).

Pero “la nave non va”. La nave, el Centro Gallego de Arte Contemporáneo, viaja por un riachuelo parece que sin nombre (el riachuelo), con un patrón no lo bastante adiestrado y con un rumbo incierto. Pero sobre todo, y eso es lo que se huele in situ, lo que sospechábamos pero lo que al fin hemos podido incluso paladear, es una sensación de ausencia, de ausencia de dirección, de trazado, de línea expositiva, de capacidad de convocatoria y de eco, no ya internacional e incluso nacional, sino regional, de zona. El CGAC no es que haya dejado de ser el museo de Galicia pero de seguir así poco le falta.

Hace ya bastante tiempo nos habíamos peleado (unos cuantos y yo, ellos en su casa, yo en casa ajena) por consolidar no ya una concurrencia sino por lo menos una credibilidad para el arte contemporáneo en Galicia. Fueron momentos muy duros. Sin un museo de referencia, sin una facultad de bellas artes en toda la Comunidad, con dos galerías y media entre La Coruña, Santiago y Vigo y con la Xunta cerca pero nada más. Cerquita. Han pasado muchas cosas desde entonces y las he vivido como espectador, gracias a Dios, pero desde que se inauguró la facultad de Pontevedra o se puso la primera piedra del CGAC han pasado las suficientes como para que el buque insignia lo fuera (lo sea) ya para siempre. El IVAM está que se cae (en más de un sentido) el Domus de Salamanca (nunca sé si es Domus, Damos o Dimos) ha dejado de contar y el Reina Sofía navega a contrapelo. Pero navegan (lo de Salamanca no sé), dan que hablar y siempre parece que están a punto de recuperarse. Y seguramente lo van a hacer. Con complejos, pero bueno.

En Compostela hemos olido el aburrimiento. Y no la frialdad porque el museo es cálido e incluso amable. Nos hemos impregnado de apatía y de sosez. La librería huele a calamares fritos, los catálogos están sobados y desordenados, nada indica dónde comienza la exposición, ni su recorrido, está colgada con bastante barullo, hay que doblar el espinazo más de lo debido para leer los rótulos y desde el Last Supper de Mary Beth Edelson hasta la última pieza, que no se sabe cual es, la indecisión del espectador es absoluta. Y así es imposible entrar ni en la tesis de Aliaga ni en las observaciones de la Molina ni en nada. A descubrir fuimos, como en un juego infantil, dónde estaba la foto de Ana Mendieta o la pieza de Louise Bourgeois o qué pasaba con Marina Abramovic en 1974 o mira, qué divertido queda eso ahí.

Lo siento por el profesor Aliaga y por las feministas. Ni batalla ni géneros en un barco varado en la desidia.

N.B.: La ilustración, que es la mejor que hemos encontrado, pertenece a la obra citada de Mary Beth Edelson, Some Living American Women Artists/Last Supper, offset s./papel, 62x132 cm, 1971 (o 1972), y está extraída de Norma Broude y Mary P. Garrard, The Power of Feminist Art: The American Movement of the 1970s, History and Impact, New York, Harry N. Abrams, Inc., 1994.

domingo, 23 de septiembre de 2007

ESE VUELO ESPIRITUAL



El suplemento Babelia de ayer y bajo el epígrafe de Arte y feminismo publica una muy buena entrevista que Fietta Jarque le hace a Paula Rego, la pintora portuguesa de la que el miércoles se inauguran una gran retrospectiva en el MNCARS y una exposición de dibujos en la Marlborough madrileña.

La entrevista tiene su aquél, que es como no decir nada, pero lo tiene. El epígrafe bajo el que los babelios la colocan pues sí, está bien, como la exposición que Juan Vicente Aliaga ha comisariado para el CGAC compostelano, La batalla de los géneros, que seguramente vamos a ver mañana o pasado. Pero eso no es lo que nos interesa. No es lo único que nos interesa, seamos prudentes, porque son otros los que ya hablan de esas tendencias o de esas militancias. Lo mejor que nos cuenta Paula Rego, la mejor respuesta a la pregunta sobre sus “ciclos pictóricos”, es que “nunca he hecho nada abstracto, sin ojos ni boca, quizás porque no tengo ese vuelo espiritual”. Fantástico sutil, exacto y tremendamente delicado.

La pintora figurativa, diríamos que inmensamente figurativa, compañera de viaje de Arshille Gorky o de Balthus, termina con una casi declaración de principios que, por qué no decirlo, nos ha conmovido: “Lo que hago es dibujar las cosas que veo. No me gusta considerarlo arte. El arte es algo distinto. Si me acerco al arte, cambio de rumbo”. La pintora llega a su estudio cada mañana en autobús. Y mira alrededor. A lo mejor eso es todo.

viernes, 7 de septiembre de 2007

LOS PUNTOS (Y LAS LÍNEAS) SOBRE EL PLANO



Tengo tendencia a obsesionarme con algunas cosas. Menos que con las personas, pero en cambio me gusta darle vueltas (a las personas) hasta que me las quito de encima. Miro alrededor, las observo, las sufro y entonces ataco. Suavemente. Sin martirios innecesarios y sin violencia, desde luego.

Habíamos quedado hace un rato en que nuestro ministro de cultura, el César de los Pocos Ingenios, es un poeta mediocre. Escribe, de lo que me he entretenido en leer y bien que lo he padecido, sin ton ni son. Precisamente. Y sobre todo sin son.

Vasili Kandinsky, al que siempre acudimos como a Schönberg o a Scarlatti cuando nos acecha una duda (me refiero a una duda fundamental), escribía entre Weimar y Dessau, hacia 1925, sobre las relaciones entre poesía, pintura y música:

“(…) el arte abstracto” (la poesía, la pintura y la música) “necesita de una forma más precisa que el ate figurativo, con respecto al cual la forma es frecuentemente de importancia secundaria. Me he referido a la misma diferencia cuando hablé del punto. El punto es ----- silencio.”

La cita es bella y por supuesto que debería de ser mucho más larga. De lo que estamos seguros es de que es muy adecuada para nuestro poeta-ministro, nuestro César Ya Hemos Dicho (que) Con Poco Ingenio. Aunque, a lo mejor en un arrebato, el ministro sea capaz de escribir que “mi mano está sobre el desnudo papel de la mesa” o que “el poema y tú estáis en la otra orilla” y que ella (suponemos que la amada o, por lo menos, la deseada) sea “jaula y cebo”, estamos convencidos de que su capacidad de abstracción no tiene límites. Y no se trata de una broma. El límite, como el punto de Kandinsky, señor ministro, es el silencio.

LA SOLEDAD DEL CÉSAR




No nos gusta nuestro ministro vocinglero, César Antonio Molina, ni su programa (su programa a medias) ni su aspecto ni sus maneras ni siquiera sus poemas. No nos gusta nada.

Hace pocos días, a raíz de la dimisión y el posterior encontronazo de Molina con Rosa Regás, de la cierta imprudencia de la una pero de la salida de tono y los deleznables gestos del otro, le preguntábamos a un amigo que cómo se podía decir (cómo podía haber escrito El César) que está “insepulto en la pira de los astros” y a la vez ser ministro de cultura.

En la tarde de ayer, entre café con sacarina y botellita de agua mineral, la directora del Reina Sofía, Ana Martínez de Aguilar, presentó su dimisión al César horas antes (hoy mismo) de que en el Consejo de Ministros se empezara a debatir el código de buenas prácticas de los museos y el plan de modernización de las instituciones culturales, plan que afecta sobre todo al Reina Sofía y a la Biblioteca Nacional. El primero se trata de un documento orientativo ya aprobado en diciembre de 2006 y el segundo se encuentra en proceso de redacción, si no nos engañan los periodistas, que a lo mejor sí.

Las granadas de mano, una vez se les quita la espoleta, estallan. Tardan un poco (eso he visto en las películas) pero no tanto. A ese César probablemente no hay que darle nada. Ni un minuto. Porque le estallan sus cargos en sus propias manos. Lo peor es que no se le pueda dar, ya, credibilidad. Flaco favor a la izquierda ilustrada para regocijo de esos necios que siguen confundiendo valor y precio.